03 noviembre, 2013

Relacionarse

Si cuidamos a los demás, nos cuidamos a nosotros mismos.

Es un hecho, aunque nos cueste admitirlo, que no podemos arreglárnoslas por nosotros mismos.  Pongamos como ejemplo un simple desayuno.  Cuando estamos medio dormidos o con prisas por marcharnos al trabajo es fácil olvidar a todas las personas que hacen posible ese sencillo acto.  No recordamos al campesino que plantó el trigo para el pan, al ingeniero encargado de las tuberías por donde corre el agua que usamos para hacer el café o al conductor que lleva los suministros hasta la tienda donde compramos los alimentos.  Nuestra interrelación con los demás es infinita.  Si investigamos hasta el final en esta cadena descubriremos que estamos relacionados con todos los seres vivos del planeta, tanto los del pasado y el presente como los del futuro.

Nuestra tendencia a ignorar o pasar por alto estas conexiones no es sólo poco realista, sino que además representa un gran obstáculo para alcanzar la felicidad.  Existe una creencia extendida de que somos individuos independientes que han trabajado muy duro para ser autosuficientes.  Los eslóganes publicitarios transmiten el mensaje de que debemos ser egocéntricos, alcanzar la excelencia y priorizar nuestras necesidades y preocupaciones sobre las de los demás.  En la escuela o el trabajo, en la prensa y en la televisión, todos los días nos alientan a competir en lugar de colaborar los unos con los otros.  Todo esto a menudo conlleva soledad, ansiedad y depresión.

No requiere un gran esfuerzo ver que las personas más felices que conocemos son aquellas que reconocen que dependemos los unos de los otros y cultivan relaciones afectuosas con los demás.  En el día a día, esta interdependencia es quizás la principal causa de felicidad o de sufrimiento para los seres humanos.  A nadie le agrada que lo desprecien y la sola desaprobación de alguien nos puede afectar durante días, tal vez años.  Por el contrario, cuando alguien nos apoya y nos alienta, sentimos que no estamos solos.  Ser amable con los demás es al mismo tiempo ser amable con uno mismo.

Las relaciones más solidas y duraderas están basadas en el deseo sincero de que la otra persona sea feliz.  Cultivar esta forma de pensar pone en movimiento una cadena de acontecimientos en los que aprendemos que en la medida en que somos más amable de los demás.  Incluso cuando nos equivocamos y actuamos de forma inadecuada, el hecho de que nuestra intención no fuera hacer daño puede suavizar la situación.

El respeto, el perdón, la gratitud y la lealtad son cuatro virtudes que fortalecen nuestras relaciones con las personas que nos rodean.  Y dado que nuestra propia felicidad depende de ellas, practicar estas cualidades es sin duda uno de los caminos más directos y eficientes para llevar una vida feliz.