13 febrero, 2014

Compasión

En la edad Media, cuando había numerosos reyes y fortalezas en las cimas de muchas montañas, dos monarcas de reinos vecinos llegaron a una disputa. A causa de ella, pronto sus ejércitos combatían en los campos y valles que había entre sus castillos. Al caer la tarde, uno de los reyes fue capturado por el ejército enemigo. Esa noche, lo arrojaron a un pozo vacío, de modo que no había posibilidad de que escapara. Acamparon y dieron comienzo a una celebración triunfal que duró toda la noche. Ahora bien, a medida que la noche transcurría, sucedió que un hombre del lugar, que se consideraba muy enterado, iba pasando por ese camino cuando escuchó una voz que gritaba:
- ¡Socorro! ¡Ayúdenme!
El hombre encontró el pozo y se asomó:
- ¿Quién eres? –le preguntó- ¿Y qué haces allá abajo?
- Soy el rey -susurró el monarca- ¡Por favor, sálvame! Por favor, por favor, sácame de aquí.

Siendo un tanto instruido, no le tomó mucho al hombre darse cuenta de lo que ocurría. Encontró una cuerda y ayudó al rey a salir del pozo. Todo sucedió muy rápida y silenciosamente, y pronto se iban ya alejando del campo enemigo. Pero en cuanto el monarca estuvo a su lado, hombro con hombro, el sujeto pareció sobrecogido:
- ¡No puedo creerlo! –dijo- Te salvé a ti. ¡He salvado al rey! ¡Yo! ¿No es maravilloso?
El rey estaba igual de contento:
- Oh sí –dijo- Ah, mi buen amigo, te agradezco mucho. Con todo mi corazón, quiero agradecer a Dios que te haya enviado por este camino. Gracias, gracias.

Y empezaron a caminar otra vez. Pero después de algunos pasos, el hombre detuvo al rey diciendo:
- ¡Pellízcame! ¿Es esto real? ¡Pellízcame!
El rey lo hizo, y luego el hombre dijo:
- Éste es el día más grande de mi vida. Oh rey, ¿te das cuenta? Yo te salvé. Yo te salvé a ti. Espera a que mis vecinos se enteren. ¡Y la corte! Supongo que les dirás a todos en la corte. O sea, a sus ojos, soy un héroe.
Y el rey estuvo de acuerdo. Prometió decirles a todos lo que había ocurrido y ofreció una serie de recompensas muy generosas. Dijo que le daría mucho gusto, que estaba agradecido, que nunca olvidaría lo que había pasado. Pero ahora, si al hombre no le importaba, mejor deberían guardar silencio, pues aún estaban al alcance del enemigo.

- Ellos están allí –dijo- Están celebrando mi captura. Si no tenemos cuidado, nos pueden oír. Así que guardemos silencio y volvamos rápido a la corte.

Y el hombre estuvo de acuerdo. Luego, dos segundos después, se olvidó.
- Estoy tan emocionado –dijo- Tu me vas a presentar con tanta gente y a decirles que te salvé. Va a ser, va a ser INCREÍBLE.

El rey dejó de caminar. Muy severo, miró al hombre del lugar y luego miró hacia los cielos. Entonces el rey dejó escapar un grito:
- ¡El rey se escapa! –gritó-. ¡El rey se está escapando! ¡Atrápenlo! ¡Atrápenlo!

Los guardias enemigos llegaron corriendo y desde luego que encontraron al rey. De inmediato volvieron a encadenarlo, junto con el hombre que estaba a su lado, temblando dentro de sus botas. Cuando iban escoltando al rey de regreso hacia el pozo, uno de los soldados habló:
- Majestad, podrías haber escapado muy fácilmente. Ibas ya a la mitad del camino. ¿Por qué permitiste que te capturaran otra vez?
Y el rey replicó:
- Prefiero estar aquí en cadenas, que pasar el resto de mi vida en la cárcel de la buena acción de este hombre.

Nunca es fácil cultivar virtudes. Hay que ir a través de un proceso doloroso, es verdad. Cuando se trata de ofrecer ayuda a otros, se debe ser especialmente cuidadoso. Hay que reflexionar en los propios motivos e intereses. ¿Vas a hacer algo porque te resulta gratificante, o porque hay una recompensa de algún tipo? ¿O lo estás haciendo porque realmente quieres ayudar? Tienes que hacer mucha auto-indagación para poder determinarlo; tienes que contemplar cada onda de pensamiento que cruza por tu mente. Cuando muestras compasión, la otra persona puede a menudo sentir tus motivos con mucha más agudeza que tú.

Swami Chidvilasananda
(Mi Señor ama un corazón Puro)


07 febrero, 2014

Meditación en el gozo y la imparcialidad

Hay muchos seres en este mundo que poseén inmensas cualidades y son de beneficio a los demás de múltiples maneras. Regocijémonos sinceramente en sus logros y deseémosles que sus cualidades no declinen nunca sino que perduren y se incrementen. La capacidad de festejar las mejores cualidades de los otros también actúa como un antídoto para la envidia y los celos. El regocijo también es una cura para el desánimo y para la visión pesimista y de desesperanza que tenemos del mundo y de los seres humanos.

Imparcialidad

La imparcialidad es un elemento esencial para las previas tres meditaciones. El deseo que todos los seres se vean libres del sufrimiento y de sus causas debe, sin duda, ser universal. No debería depender de nuestras preferencias sesgadas o de la manera que otros nos tratan. La compasión, por ejemplo, tiene como intención primordial el eliminar todo tipo de sufrimiento, donde quiera que se encuentre o quien quiera que se vea afligido por esto. Seamos los doctores que tengan como único deseo el curar a sus pacientes, independientemente de su comportamiento. Si alguien actúa de manera malévola, considerémoslo como una persona con una enfermedad mental que necesita ser curado de lo que lo aqueja en lugar de tratarlo con animosidad. Como el sol que brilla de manera equitativa sobre los buenos y los malos, sobre un lago sucio o uno limpio, el amor imparcial y la compasión deben ser extendidas a todos los seres sin hacer distinción.

Matthieu Ricard